El Difunto Fidel

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Primera sesión

Fragmento de la novela El Difunto Fidel (Renacimiento, 2011)

Por supuesto que acepto hablar con usted, señora. Encantado de la vida. Es decir, encantado de la muerte. A mí se me quedaron un burujón de cosas por decir y le agradezco, cómo que no, le agradezco que me dé la oportunidad de desahogarme. Además, hablando quizás se aclaren algunos puntos oscuros de mi existencia terrenal que me siguen mortificando hasta en el más acá.

Tampoco tengo mucho qué hacer. Aquí uno se lo pasa más aburrido que una ostra en conserva, y para colmo rodeado de espíritus que no hablan ni español. Me tocaron de compañeros de viaje astral un montón de gringos malhumorados, acabados de salir del hospicio, y todavía no he tropezado con ningún compatriota. Hasta el momento, la cosa ha sido de English only, estilo Arizona. Le ronca el merequetén.

Sí, soy Philip Carballo, más conocido por Fidel… en otra encarnación. Es decir, en la misma técnicamente, pero como las dos mitades de mi vida fueron tan distintas creo que puedo decir que nací Fidel en La Habana y reencarné como Philip aquí en Miami. Soy (perdón, fui, es que todavía no me acostumbro a hablar de mí en pretérito) el dueño de una oficina de bienes raíces situada en el downtown, Carballo Properties. ¿Le suena? Claro, seguro que ha visto alguna vez mi anuncio en El Nuevo Herald: “Carballo Properties, donde la casa de sus sueños es el sueño de nuestros corredores.” Original, ¿no cree? Se me ocurrió a mí.

Y ya usted conoció a Dalila, mi mujer. Bueno, bueno, mi viuda. Da la impresión de ser una esposa a la antigua, sumisa y calladita. Pero no se confíe, Encarnación. Ahí donde usted la ve, con su cara de que no rompe un plato, le entran unos ataques súbitos de malhumor en los que, si la dejan, vira el mundo al revés. Tiene obsesión con las telenovelas y con su gato Fluff —ella le dice Flo porque nunca aprendió a pronunciar el inglés, la pobre. No diré que haya sido una mala mujer o una madre desmadre, pero tiene sus conchas.

A mi hija mayor, que nació en Cuba hace veintiséis años, le pusimos Katia porque todo lo ruso estaba de moda entonces. Eran los tiempos de tovarich para aquí y camarada para allá y de cantar La Internacional hasta en la ducha. Pero cuando llegamos a Miami se transformó en Kathy. Me odia, o al menos daba la impresión de odiarme, simplemente porque me tocó en suerte ser su padre. (Dios mío, qué daño nos hizo Freud.) Tiene una bebé de dos años concebida por producción independiente. Vaya, con aire y una jeringuilla, ya sabe usted cómo son esos inventos modernos. Yo, desde luego, prefiero el método tradicional…