Imagen tomada de Cubanet
Acabo de leer en Martí Noticias que la Manzana de Gómez se destinará a un hotel de cinco estrellas. Curiosamente, en lugar de contratar obreros cubanos, se han ido a buscarlos a la India y a África, según el artículo.
Se pregunta con razón el articulista si en Cuba no hay suficientes obreros calificados como para tener que importarlos del otro lado del Atlántico. En fin.
La Manzana, para los no enterados, es un bloque de cuatro cuadras ubicado en la intercepción de las calles Zulueta, Monserrate, Neptuno y San Rafael, frente al Parque Central.
Yo guardo un recuerdo especial del lugar donde transcurrieron muchos días de mi adolescencia. Desde mediados de los años setenta hasta que se retiró, mi madre fue directora técnica de una farmacia (llamada, por supuesto, La Manzana) situada entre una tienda que estaba casi siempre vacía y un portón que se abría a un lobby cavernoso, desde donde podía tomarse un elevador de esos estilo jaula, antiquísimo, que parecía salido de una novela gótica.
Recuerdo una pecera enorme, que jamás se limpiaba, colocada al frente de la farmacia, que daba a los portales con piso de mármol. Tenían las iniciales del dueño original, Gómez Mena, entrelazadas en forma de anagrama en cada cuadra. Los recuerdo también, a los portales, bastante cochambrosos.
Más tarde estudié los tres años de Escuela Secundaria en la José Antonio Echeverría, que quedaba en los altos del edificio. La puerta por la que entrábamos era la que se abría al Parque Central y allí había otro elevador chirriante, que solía quedarse trabado en el segundo piso.
En el tercero, donde estaba la secundaria, había recovecos imposibles en los pasillos polvorientos, escalerillas que llevaban a pasajes tapiados en los entresuelos y cuartitos misteriosos que no se abrían jamás. El ambiente un poco fantasmagórico del lugar me inspiró un cuento, El día que volví a ayer, donde no todo es imaginación.
Ahora me cuentan que toda el área de los portales se ha convertido en una «galería» de tiendas en las que se vende ropa, golosinas y otros artículos en pesos convertibles (CUC). Me pregunto, cuando el lugar finalmente se convierta en hotel bajo las capaces manos de los trabajadores indios y africanos, si los huéspedes se darán de narices con algún ectoplasma en sus pasillos, quizá ya limpios y alfombrados, pero todavía olorosos a ayer.
Imagen tomada de Panoramio