Las arterias sangrantes de El Corazón del Rey

Felix Luis Viera

Reseña publicada originalmente en Otro Lunes

El Corazón del Rey, de Félix Luis Viera, se publicó Innovación Editorial Lagares en 2011con una bellísima portada diseñada por Ignacio Meza. Gracias a esta novela he conocido Santa Clara. Entendámonos: jamás estuve allí; no me paseé por el Parque Vidal ni me emborraché en el bar Crema ni disfruté de un espectáculo en el teatro La Caridad. Nunca caminé por las calles de Dobarganes ni visité El Condado. Pero Magalí, la Samaritana, Robertón y el narrador anónimo me sirvieron de guías, Virgilios literarios, por los vericuetos de la ciudad.

La novela cuenta con una extensa gama de personajes que se mueven en distintas esferas del entramado social, permitiendo al lector disfrutar de una visión panorámica de la vida cubana durante los años setenta. Y que los hay de rompe y rasga. Robertón Pérez “el autodidacto,” borrachón y filósofo de bar, es uno de los de más peso. Me atrevo a decir que hasta le roba escena al protagonista. Robertón y su enredo con la misteriosa Beatriz Elena; Robertón y sus charlas de aliento etílico; Robertón el negociante, el amigo-casi padre del narrador, el que le dice:

“si al fin fueras escritor escribe claro como un diálogo en el banco de un parque, no enredes la esfera, no hagas de la literatura un sortilegio, escribe de la vida, de su risa y su dolor, di la verdad, sé crudo hijo mío porque cruda es la vida, la vida es la vida, no lo olvides, la vida no es una novela, y una novela trata de la vida, no de una novela, fíjate bien bien: siempre la verdad, o por lo menos la verdad que creas verdad, suéltala hasta los tendones, muérete por ella.”

Mejor consejo, ni en los talleres literarios…

Y del machísimo Robertón pasamos al extremo opuesto. Ahí está La Samaritana, de comicidad indudable, pero profundamente humano, que es otro personaje de mucho garbo. Homosexual en Santa Clara, peluquero y manicurista, se emparienta de lejos con el magistralmente trazado La Elefanta, de Un Ciervo Herido (novela que anteriormente publicara Félix Luis Viera con la editorial Plaza Mayor). Su coquetísimo y afocante comportamiento provoca momentos de risa loca y otros de inevitable reflexión, así como de suma tristeza.

También están las mujeres (Magalí, Maritza, esa mulata lavada que no lleva ajustadores) que no son, ni mucho menos, personajes menores. Al contrario, con sus agudas, y en ocasiones discordantes, voces femeninas, contribuyen a la polifonía de la obra.

El Corazón del Rey conjuga varios géneros. Es novela realista que pinta, sin ambages, lo cruda que es la vida (como si el propio autor siguiera al pie de la letra los consejos literarios de Robertón). Hermana la ficción con el ensayo, sin dejar de ser una obra profundamente erótica y, no faltaba más, también política. Pero sin teques, eh. Para candangas, las que pronuncia el angélico Benito de Palermo, manual de marxismo en dos pies, ingenuamente inmerso en su obsesión. Esto es, en su “lucha ideológica,” a la que me referiré otra vez más adelante.

El lenguaje, como ya tiene acostumbrado Félix Luis Viera a sus lectores, chisporrotea en las páginas. Por ejemplo, el ingenioso verbo “cojonear,” puesto en boca de Robertón, le da ese toque sandunguero de plato de frijoles negros acompañado de cerveza fría. La obra contiene explicaciones semánticas, indispensables para quienes no sean cubanos o hayan dejado la isla antes de los setenta. ¿Cuál es la diferencia entre trabajo productivo y trabajo voluntario, a ver? ¿Y qué significan contracandela, Init, Oficoda? Terminachos comprensibles sólo para los iniciados, definiciones surrealistas que el narrador devela con una mueca irónica, a la vez que relata cómo un hogar de niños cambia de nombre, de La Creche a Pequeños Lenin, o alude a un perfume con el churrigueresco nombre de Pasión Koljosiana. ¿Será éste un complemente del Moscú Rojo, aquel siete potencias bolchevique?

Una pregunta generacional sugiere mucho y da el tono de la novela: “¿Qué daño podrían hacerle Los Beatles a las fibras patrióticas de alguien?” Pregunta que no responden ni Magalí, la amante del protagonista, ni Maritza, la novia inmaculadamente roja vestida de amarillo, que le raciona el sexo hasta que él “cambie.” Pregunta que no puede responder nadie, porque las encontradas discusiones ideológicas entre Maritza y el héroe (o antihéroe) no llegan a ninguna conclusión. No hay vencedores ni vencidos. La carta final del narrador a Maritza es un alegato en que aquél destila todo su despecho, las palabras que explican su conducta, su razón de vivir… Son palabras que Maritza realmente no llega a comprender pues el de ellos es diálogo de sordos. Una lucha ideológica como la que preconiza Benito de Palermo, en la que sólo queda vivo, latiendo lentamente mientras el cuerpo se desangra, el corazón del rey…