Viaje a Perú

Lima, Cuzco y Machu Picchu

Este verano, en julio, ya hartos de la encerradera en la casa, mi marido y yo decidimos sacar las pulgas al sol. Después de pensarlo un poco nos decantamos por Perú. La verdad es que Machu Picchu siempre me atrajo, pero no fue hasta que leí una descripción de la Plaza de Cuzco en El pez en el agua, las memorias de Mario Vargas Llosa sobre su juventud y su campaña política, que me decidí a ir a un tour que incluía una visita a Cuzco. Dice Vargas Llosa:

“Era el atardecer y un sol ardiente encendía las faldas de la cordillera y la cuesta de Carmenca. Los tejados de San Blas y las piedras prehispánicas de iglesias y conventos echaban llamas. En el purísimo azul añil del cielo no había nubes y destellaban ya algunas estrellas. La apretada muchedumbre que cubría la enorme plaza parecía a punto de estallar de entusiasmo y en el aire transparente de la sierra las caras curtidas de los hombres y los vivos colores de las polleras femeninas y los carteles y banderas que agitaba ese bosque de manos eran muy nítidos y parecían al alcance de cualquiera que, desde el estrado levantado en el atrio de la catedral, hubiera estirado el brazo para tocarlos.»

Go Ahead Tours tiene buenas reseñas online (con razón, descubrimos), así que nos fuimos con ellos. Y la verdad es que no tengo quejas. El director del grupo, Raúl Quillahuaman, se comunicó con nosotros desde el principio sobre los requisitos para entrar al país, las precauciones con el Covid, qué ropas llevar, etc.

No me hacía mucha gracia el que llegáramos de madrugada. De pronto se me ocurrió la trama para una novela de terror: un grupo de turistas que desaparece en la noche de su llegada al lugar de destino porque el guía que los esperaba no era quien debía ser, sino un bandido disfrazado. ¡Candela!

Por suerte el aeropuerto estaba iluminado y había un carajal de gente por allí. Un chófer de Go Ahead Tour nos estaba esperando y llegamos al hotel, Casa Andina Premium en el muy pipirisnice barrio de Miraflores, sin problema ninguno.

Al otro día nos llevaron a la Plaza de Armas de Lima, la catedral y la iglesia de San Francisco.

Lima

Los balcones cubiertos llamados teatinos me parecieron fabulosos. ¡Lo que se puede curiosear desde allí, sin que nadie se entere de que uno curiosea!

Casa con balcones teatinos en Lima

A Gary le encantó Huaca Pullana, unas ruinas desde las que se divisa buena parte de la ciudad porque están sobre una colina. Una señora del grupo notó los edificios cercanos y le comentó a la guía local:

—Qué hermoso debe ser vivir cerca de este lugar histórico.

—No, señora, de hermoso nada —ripostó la guía—. Aquí hay muchísimo tráfico por toda la gente que viene a diario a ver las ruinas. ¡Y un hollín tremendo!

Gary en Huaca Pullana.

Al otro día nos fuimos a Cuzco en avión. Apendejaba un poco el ver Los Andes tan cerquita. Vaya, que el que cayera allí podía despedirse del mundo, pero valió la pena el susto. Hasta los glaciares se distinguían desde la ventanilla.

Vista de Los Andes desde el avión

Por cierto que la gente llevaba mascarilla en el aeropuerto, en el avión y en general en todos los lugares públicos.
            El grupo que nos tocó tenía su sandunga: un abogadete joven, una profesora universitaria, una paralegal retirada, tres estudiantes de medicina con sus padres y un ama de casa y su hijo. “Familia,” nos decía Raúl, muy campechano y buena gente.

Mesa con el guía y los miembros del grupo

Llegamos a Cuzco y nos alojaron en otro hotel de Casa Andina Premium, pero muy diferente al de Miraflores. Este era una antigua hacienda, remodelada, con habitaciones enormes. Tenía patios interiores con fuentes y muchísimas plantas. Lo mejor era que se podía ir caminando a la Plaza de Armas y a varios restaurantes y mercados.

Gary y nuestro guía y director del grupo, Raúl, en el hotel de Cuzco

El restaurante del hotel, Alma, estaba súper y además baratísimo todo. Treinta dólares por una cena para dos, con pan, mantequilla y crema huancaína, además de plato principal, sopa y postre. ¡Tremenda ganga!

En general las comidas estaban incluidas en el precio del tour, pero en un par de ocasiones nos dejaban la tarde libre para explorar. Nosotros, claro, decidimos “explorar” la comida.

Restaurante Alma

¡Ese es el tipo de exploraciones que me gusta a mí! Al día siguiente Juan José, el guía local, al que todo el mundo llamaba JJ, nos llevó al Mercado San Pedro. Es un local enorme, cubierto, con una cantidad de frutas y vegetales que yo no sabía ni que existían. Muchas vienen de la región de la Amazonía, que espero visitar alguna vez.

JJ en el Mercado San Pedro

Otra visita para recordar fue a las ruinas de Sacsayhuamán. Ya las habíamos visto por televisión (Gary y yo somos fans de Ancient Aliens y este lugar aparece a menudo en los programas) pero no hay nada como verlo de cerca. Dicen que las rocas que forman las ruinas están tan pegadas que no se puede meter una hoja de papel en las ranuras entre ellas. Yo intenté comprobarlo, pero hay unas sogas alrededor de las piedras para que la gente no ande tratando de meter nada en las rendijas.

Gary y yo en Sacsayhuamán

Dicen también que las murallas de Sacsayhuamán estaban recubiertas de oro cuando los españoles las descubrieron, y que parte de ese oro se usó para pagar el rescate de Atahualpa. La otra parte, pues vaya usted a saber porque allí no quedaba ni un lingote de oro para remedio.

Estaba lloviendo ese día, lo que no es usual en el verano del hemisferio sur, pero me gustó que le diera un aire medio misterioso al lugar.

Sacsayhuamán

 De vuelta a Cuzco, fuimos a la Plaza de Armas. Belleza. No hay palabras para describirlas, y si se necesitan, bastan las de Vargas Llosa.

Plaza de Cuzco

JJ y Raúl nos llevaron a una tienda donde las vendedoras explicaban con mucha gracia la diferencia entre “baby alpaca”, que se hace con la lana del cuello y el pecho de las alpacas, y “maybe alpaca” que viene a ser alpaca de imitación, hecha con quién sabe qué materiales.  La alpaca de a de veras es más suave y friecita al tacto. Gary y yo compramos unos suéteres preciosos.

De allí fuimos a Chinchero y a la cooperativa Balkón del Inca donde vimos demostraciones de tejido y tinte de la lana.

Balkón del Inca

Las vistas desde los alrededores de Chinchero eran maravillosas.

Vista desde Chinchero

Y continuamos viaje hacia Ollantaytambo (“tambo” quiere decir lugar de descanso). La mayoría del grupo se fue a explorar las ruinas. Pero yo estaba cansada y panchísima después de un almuerzo que no tenía abuela, así que me quedé en la cafetería, donde me atracuñé de helados. ¡Porque, como todo el mundo sabe, las calorías en vacaciones no cuentan! Y además, por hacerle honor al nombre del lugar, pues lo mejor era descansar…

Ollantaytambo

 De Ollantaytambo tomamos un tren para Machu Picchu, o mejor dicho, para Aguas Calientes, que es el pueblo más cercano a la montaña.

Llegada a Machu Picchu, vista desde el tren

Allí pasamos la noche en un hotelito muy cuco, El Mapi by Inkaterra. En Aguas Calientes las tiendas eran carísimas y había restaurantes con comidas de todo tipo y lugar, desde locales hasta europeas. El lugar se daba un aire a Aspen.

Las calles eran tan empinadas que muchas tenían escalones. Ahí fue donde algunos miembros del grupo empezaron a notar los rigores de la altura, o a «apunarse», que es el verbo que se les da a tales molestias. Por suerte, Gary y yo no nos apunamos.

Calle en Aguas Calientes

Amaneció Dios y salimos en buses hacia la montaña. La carretera era tan escarpada que yo andaba con el credo en la boca. Hasta dejé de mirar para abajo porque me daba espanto el abismo que se abría a menos de un metro del caminito manigüero por donde culebreaba la guagua.

Ya en la montaña nos dividimos en dos grupos: los que harían el recorrido más largo y complicado y los que preferían el facilito y corto. No hace falta decir cuál escogí yo. El bueno de Gary podía haberse ido con el equipo más aventurero, pero se quedó conmigo.

Gary y yo en Machu Picchu

Irene, la guía, es un encanto de persona. Nos enseñó un montón de ruinas, que a mi ignorancia le parecieron todas iguales, y nos llevó de subibaja por unas escaleritas talladas en la roca que me dejaron muy feliz por haber escogido el camino fácil. ¡A saber cómo sería el difícil! No se lo digan a nadie, pero creo que Gary en el fondo se alegró de haberse quedado conmigo.

Nuestra guía en la montaña, Irene

Hacía un calor de ampanga. ¡Y eso que no fuimos en el verano de ellos! A lo mejor regresamos un día para que Gary pueda escudriñar la montaña a su antojo.

Almorzamos en Aguas Calientes y luego, de nuevo al tren con destino a Urubamba. En el tren nos tocó ver un performance de danzantes vestidos de diablitos y unas vistas encantadoras del Valle Sagrado.

Danzante en el tren

En Urubamba nos quedamos en el hotel Sonesta Posada del Inca, en la Plaza Manco II. Es un antiguo convento, un sitio delicioso donde las habitaciones tienen, sobre las puertas, tarjas que recuerdan a las monjitas que vivían y rezaban allí.

Tarja de una monjita

El restaurante era fabuloso y en la coffee house hacían un capuchino fenomenal. Aquí pasamos los mejores momentos del viaje.

Gary a la entrada de la coffee house del hotel

Me siento un poco culpable de que mi lugar preferido no fuera Machu Picchu, pero la tranquilidad y la paz que se respiraban en aquel antiguo convento no tenían comparación. Si volvemos alguna vez, esa será nuestra base de operaciones.

En el hotel, que antes fuera convento

Cuando nos disponíamos a salir de Cuzco paramos en otro pueblito donde compramos cadenas con pendientes de plata. La mía tiene el símbolo de la Pachamama. Bueno, eso nos dijeron. A mí me pareció curioso que tuviera colores similares a los de los chakras.

Cadena con pendiente de la Pachamama

Al fondo de la tienda había un horno que me recordó a las kivas de Nuevo México, donde estaban haciendo empanadas de jamón y queso. Riquísimas por cierto.

Nuestro guía, Raúl, mostrándonos la empanadas

Volvimos a Lima y pasamos la noche de nuevo en Casa Andina Premium de Miraflores. Esa madrugada regresamos a casita. Definitivamente valió la pena el viaje. Espero que no sea la última excursión que hagamos con Go Ahead Tours.

Un comentario

  1. […] Viaje a Perú en julio. Pasamos por Lima, Cusco, Machu Picchu y el Valle Sagrado. Quizás (y sin quizás) es el viaje más memorable que Gary y yo hemos hecho. La comida, la gente, los paisajes como de otro mundo… Esperamos volver y pasar al menos una semanita en Sonesta Posada del Inca, un antiguo convento transformado en hotel. Cuando hablo de contentura, eso fue lo que sentí allí. […]

Los comentarios están cerrados.