Entrevista a Gabriel Cartaya sobre su volumen de cuentos De Ceca en Meca, publicado por Betania en su colección Narrativa

Teresa Dovalpage: En la introducción dices que lo que enlaza a estos cuentos es “la eterna sorpresa del vivir.” Cierto…y sorpresa es también para los lectores, que no nos  esperamos el final en muchos de los casos (pienso en “El recuerdo de una habitación,” sobre todo).  ¿Escribiste los cuentos de un tirón, de cabo a rabo, o los dejaste en el hornillo, cocinándose a fuego lento por días o semanas?

Gabriel Cartaya: Teresa, el hecho de que te intereses en esos cuentos que agrupé en De ceca en meca, que hayas disfrutado un momento con su lectura y que tuvieras la gentileza de hacer navegar en la red unas palabras bonitas acerca de ellos, son razones poderosas para responder a estas preguntas. Comienzas con una frase de la introducción, que se justifica en la falta de unidad, en el desorden de estas piezas, como si la “eterna sorpresa de vivir” -de escribir pudiera  también decir-, pudiera concatenarlos. Ni siquiera en los dos que incluí sobre la experiencia de Angola, hay junturas visibles. No tuvieron, en ningún caso, ese hornillo de lenta cocción a que aludes, porque  realmente son resultado de impulsos circunstanciales, aún cuando expresen sentimientos permanentes y las eternas conmociones del ser humano ante la vida, la muerte, el amor. De hecho, es perceptible que la emoción tiene más presencia que el oficio, pero si la sensibilidad del lector atrapa la alquimia en las razones particulares de cada cuento, justifica su tránsito por el libro. Creo que el título tiene las alertas: ese andar de ceca en meca es un poco el desorden de los cuentos, pero también ese andar de aquí para allá que identifica tanto a quien, por cualquier razón, se aleja de su tierra, entrevista otra vez en la medida de unas palabras que un buen día  dijo Don Quijote a su escudero: “Y lo que sería mejor y más acertado, según mi poco entendimiento, fuera el volvernos a nuestro lugar (…) dejándonos de andar de ceca en meca…”

Teresa Dovalpage: Y verás que “de ceca en meca” van a estar, en las manos de tus lectores. Ahora, ¿escribiste todos los cuentos de este volumen pensando en recopilarlos en un libro o fueron escritos en diferentes épocas?

Gabriel Cartaya: Es perceptible que los 12 cuentos con que se armaDe ceca en meca, pertenecen a diferentes épocas, circunstancias, motivaciones, ejercicios. No fueron concebidos para un libro, lo que no excluye la idea de publicarlos. Los tres primeros aluden a mecanismos psicológicos, conductuales, que se insertan en la realidad cubana de las últimas dos décadas. Si “El regreso de Pancho Chimarán,” es la inversión de unos valores en los que se había erigido el discurso revolucionario, reduciendo a excepción la utopía ensoñada, “El bombo” es el espejismo ante el atolladero, el júbilo que apuesta por lo diferente sin meditar el costo.  Después, hay de todo: dos historias relacionadas con Angola, tema al que volveremos;  historias de amor, amistad, esperanzas, credos, muerte, donde esa “sorpresa de vivir” implica la magia ante aquello que Goethe llamaba “ah, la inseguridad, sigues siendo lo preferido”. Hay un vivir doblemente, a partir del recuerdo, también en el sentido garcíamarquiano de que la vida, más que la que fue, es la que uno recuerda. Cada cuento guarda un fragmento vivo de una época, de una circunstancia. Cuando el Dr. Marcio Estrada, de Manzanillo, leyó el libro, me dijo “La de Celada es Loly.” Me sorprendió mucho, pues la narración no se detiene en los accidentes de la muerte de  aquella muchacha, sino en los desfiladeros –ficticios pero posibles- con que su mente enfrentó la tragedia. El de “Recuerdo de una habitación” tiene algunos ingredientes, aunque mínimos, de una historia que un día me contó en Manzanillo un señor de ochenta años, ya desaparecido. En la versión inicial puse su nombre y se lo leí. Me dijo con una sonrisa pícara: no lo publiques, que me voy a buscar un problema con mi mujer. En fin, son cuentos muy sencillos, donde la vida real anda latiendo.

Teresa Dovalpage: Es cierto que la gente siempre se reconoce (a veces con razón, otras sin ella) en ciertas historias. ¡Aquí hay que tener cuidado no vayan a demandarlo a uno! Y ya sé que esto es como pedirle a un padre que diga cuál es su hijo predilecto, pero…¿cuál es tu cuento favorito entre todos los que forman De Ceca en Meca?

Gabriel Cartaya: Es más cómodo elegir la preferencia por un cuento que el hijo predilecto. Sobre todo, a los que creemos que los hijos son nuestros mejores libros, porque cada uno será una historia única, irrepetible. Y porque nadie te va a preguntar qué influencias tuviste para hacerlos. No recuerdo quien dijo que sus libros eran sus mejores hijos. Tal vez lo haya olvidado por no darle importancia, por no creer en eso. Desconozco si Moisés tuvo preferencia por alguna de las doce tribus, pero entre los doce de este libro yo tengo un especial cariño hacia uno de los más pequeños: “El último escondrijo.” Lo escribí al salir del velorio en que despedíamos al padre de uno de mis grandes amigos, Valentín Gutiérrez, a quien está dedicado. Me pidieron que dijera unas palabras como despedida de duelo, algo muy fuerte en nuestra tradición cultural. En la realidad aquel hombre, Juan Gutiérrez,  había sido mi amigo en Niquero. En el cuento trato de recuperar la eternidad padre-hijo a través de un desplazamiento de  roles entre la tristeza y la alegría, como una resistencia emocional  ante el drama de la muerte y como afirmación de lo imperecedero. Y amo a Torre de viento, donde la reconstrucción nostálgica del amor irrepetible no es finalmente aniquilante.

Teresa Dovalpage: Es curioso, ése es mi preferido también de toda la colección. Muy tierno y a la vez muy criollo. En cuanto a “Salto a la dicha grande,” que tiene como protagonista a Martí, me lleva a recordar que eres un experto en la figura y la historia personal del Apóstol. ¿Qué más has escrito sobre José Martí y por qué te decidiste aquí por la ficción?

Gabriel Cartaya: Hace unos días, una estudiante universitaria, de origen cubano,  me preguntó por mi autor preferido. Se quedó muy asombrada, hasta sonrió pensando en una broma, cuando le dije sin pensarlo: José Martí. Creo que aún hay mucho desconocimiento sobre la obra casi inalcanzable de Martí. En el caso de Cuba, tal vez por exceso y fuera de ella, por defecto. Las últimas generaciones de cubanos, a nivel popular, identifican mucho la figura del Apóstol con la política gubernamental, toda vez que  en cada esquina aparece  una frase de él –a veces deformada- para calzar cualquier proyecto. Es famosa la frase del dirigente que se remitió al discurso Los Pinos Nuevos,  como apoyo a un plan de siembra de pinos en una región del país. Su llamado cada día al aula, a la fábrica, a la oficina, ha creado una reacción adversa a nivel popular. No me refiero a los excelentes estudios, a la obra ejemplar del Centro de Estudios Martianos, al nivel académico de las interpretaciones sobre el valor de sus letras, su humanismo o su fiel correspondencia entre discurso y actuación. En uno de mis libros dedicados a su obra –El lugar de José Martí en 1895– intento demostrar este último aspecto y también el tipo de república y democracia que se proponía, no bien entendidas, ni practicadas después de su muerte, por la vanguardia revolucionaria que le acompañaba. Antes había publicadoCon las últimas letras de José Martí, acerca de los textos que escribió en la manigua cubana. Fue con la lectura de esos textos y ante el tormento de este hombre que aparentemente está fuera de lugar en la campaña, que sentí la necesidad de expresarlo con recursos que solo podría encontrar en la literatura. Entonces comencé a escribir una novela, Salto a la dicha grande, de la que el primer capítulo aparece como cuento aislado en este libro, saltando por encima de las normas a que manda el buen saber. Viene a ser en los capítulos siguientes que vienes a entender ese salto, también en el tiempo. Claro, la novela no está terminada y en su trabajo final, se volverá sobre ese capítulo.

Después escribí un libro que tiene componentes de la literatura, pero su factualidad está más cerca de la historia. En realidad yo soy historiador y profesor, no escritor. Te hablo de Luz al universo, del año 2006. En él intento mirar la complejidad de las relaciones entre Martí y su madre y aunque para ello leí todas las cartas familiares que se intercambian (con más abundancia las de Leonor a su hijo), acudo a la ficción para entender las reacciones de la madre, vieja, enferma, exprimiéndose los ojos y el corazón para leer la carta de despedida que el hijo le manda desde Santo Domingo, cuando va a salir para el campo de batalla (el destino cumplido de Abdala). En la medida que la carta avanza y mediante la introspección, se reconstruyen las relaciones entre ambos, renacidos otra vez, imbricados en la grandeza de una entrega común.

Teresa Dovalpage: Bueno, tú sí eres escritor, y esta colección de cuentos lo prueba sin lugar a dudas. ¡Ahora, anímate para completar la novela Salto a la dicha grande! Tienes razón con que tantos discursos sobre Martí nos lo hicieron indigerible, al menos para una parte de mi generación. Hace falta rescatarlo… Volviendo a los cuentos, hay dos historias, muy bien contadas y con gran detalle, que tratan sobre los soldados cubanos en África. ¿Qué te las inspiró?

Gabriel Cartaya: Los dos cuentos que aluden a la experiencia de Angola fueron escritos en ese país, en circunstancias similares a las que se describen, aún cuando se ficcionalicen fragmentos, situaciones, nombres. Yo estuve en la batalla de Sumbe y viví durante varias horas el horror del fuego de metralletas, cohetes, fusiles,  donde cada minuto podía ser el último de vivir. A mi lado cayeron amigos con quienes unas horas atrás compartí música, un vaso de ron y parrafadas de vida. Allí éramos civiles (maestros, médicos, constructores) y nadie esperaba una agresión a la ciudad, de manera que el comportamiento espontáneo de defenderse, es diferente al del soldado. No fue un ordenamiento por escuadra, pelotón, por trincheras, donde cada uno supiera su lugar. Saltar de la cama, al amanecer, a repeler una agresión desproporcionada, estaba por encima del entendimiento.  Por eso “Antentastura en Sumbe,” no es el cuento de una batalla, sino el asombro del hombre ante una situación límite, el desdoblamiento ante una realidad otra, fatalmente inesperada. La psicología del soldado lo compulsa a buscar el enemigo, para darle combate. Creo que en Sumbre se hizo inevitable  el combate como recurso único de autodefensa.  Ramalazo sí es el soldado, pero más, es el hombre por encima de las ideologías, ante la brutalidad de la pérdida de un hijo. La historia se entrecruza con lo posible, dentro de las circunstancias que se narran, por la presencia de familiares en diferentes regiones y la dificultad de contactos inmediatos.

Teresa Dovalpage: Es que con esas experiencias del “Africón”, como lo llama un personaje, hay material para mucho… ¿Y cuál es tu próximo proyecto literario?

Gabriel Cartaya: Quiero terminar la novela Salto a la dicha grande, detenida en el capítulo ocho hace mucho tiempo. Y estoy ordenando la papelería de una investigación histórica sobre la participación de Tampa en el independentismo cubano, ciudad donde Martí echó a andar, desde su Con todos y para el bien de todos, la llama que debía desembocar en la república de justicia y libertad con que soñaba.  Y seguimos haciendo la Revista Surco Sur, de arte y literatura hispanoamericana, que priorizo por no ser obra personal, sino espacio de publicación de diversos autores, cuya voz de divulgación y defensa de nuestra cultura, es servicio mayor.

Teresa Dovalpage: Una excelente revista que espero llegue pronto a muchos colleges y universidades. ¡Muchas gracias, Gabriel, por aceptar esta entrevista!

Nota:
La adquisición del libro De ceca en meca y de la Revista Surco Sur, puede hacerse dirigiéndose a:
 Gabriel Cartaya
216 W Hamiller ave. Tampa, Fl, 33612
 e-mail: surcosurrevista@gmail.com