“El que no ponga el alma de raíz se seca” Entrevista a Ana Cabrera Vivanco

 
 
 Primera parte
 
“Esto que digo de visitar talleres ajenos no significa precisamente una labor
crítica, que si así fuera, yo aborrecería tales visitas en vez de amarlas; es
recrearse en las obras ajenas sabiendo cómo se hacen o cómo se intenta su
ejecución; es buscar y sorprender las dificultades vencidas, los aciertos
fáciles o alcanzados con poderoso esfuerzo; es buscar y satisfacer uno de los
pocos placeres que hay en la vida, la admiración…”
Benito Pérez Galdós, prólogo a La Regenta

 

Las entrevistas son una puerta, o al menos una ventanita, que el entrevistado accede a abrir y el entrevistador intenta ensanchar lo más posible, hasta que se transforme en un portón. Siempre he disfrutado las entrevistas. Las que me hacen a mí, por aquello del ego  (o el eggito) y las que hago yo, pasando de interviewerinterviewee con un brinco feliz. Pero si hay una que me ha gustado particularmente es la que a continuación les presento, con Ana Cabrera Vivanco, amiga y compatriota.

Conocí a Ana porque a las dos nos representa la misma agencia, IMC y desde que leí su primera novela. Las Horas del Alma, que ha sido todo un best seller en España, la admiro muchísimo y me siento honrada de considerarme su amiga. Al leer su segunda novela, Las Cien Voces del Diablo, que acababa de salir, esa opinión se consolidó: estamos ante una autora que es ya parte del canon latinoamericano. Aquí  nos revela un buen pedazo de su vida (y la vida de un novelista es imprescindible para entender su obra) y algunos secretos profesionales del arte de la escritura, del cual ella es maestra.

La cita de Galdós, al que las dos admiramos, viene de perillas para presentar este diálogo. Porque es un placer el pasearse por los talleres, llenos de flores y de luz, de una autora como Ana Cabrera Vivanco. Entren ustedes también, y que disfruten la visita…

 

Teresa Dovalpage: Tu primer libro publicado (corrígeme si no es así) fue Delmira Agustini, El Misterio de la Sacerdotisa de Eros. ¿Qué te impulsó a escribirlo? ¿Dónde se puede conseguir ahora?

Ana Cabrera Vivanco: Delmira Agustini, el Misterio de la Sacerdotisa de Eros, fue mi primer libro. Pero no llegó a ver la luz. Transitábamos la década de los 90 en Cuba y las editoriales cuando no te respondían con el silencio, te decían siempre lo mismo:»Estamos en período especial. No hay papel». Era como una consigna… Pero La sacerdotisa de Eros habría de conducirme por otros derroteros y concederme un privilegio que yo no podía por entonces sospechar. La de poner fin definitivamente a mis silencios editoriales dando un viraje milagroso en mi vida, la tarde lluviosa de junio en que guió mis pasos hasta la casona del  Vedado habanero donde residía Dulce María Loynaz.
Teresa Dovalpage: Sí, recuerdo que en una entrevista con Armando de Armas, mencionabas que este libro te abrió las puertas de Dulce María Loynaz…y abrió también la inspiración para tu segunda obra, La Voz del Silencio. ¿En qué se diferencia ésta de la primera? Es especialmente interesante como tu voz se entrelaza con la de Dulce María, formando un coro muy apropiado y novedoso. ¿Llegó ella a leer el libro? ¿Cuál fue su opinión?

Ana Cabrera Vivanco: Trabajar con Dulce María Loynaz mano a mano en el libro La Voz del Silencio fue sin dudas un privilegio excepcional. Pero fue además uno de los mayores retos autorales que me ha tocado asumir desde los mismos comienzos de la que hoy es ya mi profesión. Te cuento la anécdota de aquel bautismo de fuego y las primeras condiciones que me impuso Dulce María apenas nos conocimos. Llevo grabadas sus palabras en la retina de mi mente:

—Mire, si usted pretende escribir mi biografía, sepa que soy muy sincera. Aparte de escribir… ¿ A qué otra tarea se dedica en su casa?
—Friego mis cazuelas —le respondí, pensando que entre todas las tareas de la cocina, fregar era para mi la más ingrata.
—Pues hagamos un trato: Usted me trae a Delmira y me la lee. Si me gusta como escribe, acepto que escriba sobre mí. Si no… ya sabe… puede volver a sus cazuelas.
Fue así que se inició todo… un todo que además de convertirse en un libro, hizo que naciera una empatía entre ambas que se filtra en La Voz del Silencio, pues sólo con esa empatía que ella sabía necesaria para lograr lo que queríamos podía conseguirse que yo me sumergiera en su piel y fuera la esencia misma de Dulce y no la mía la que quedara plasmada en La Voz del Silencio. La diferencia entre El misterio de la sacerdotisa de Eros y La Voz del Silencio, pues te diría que no estriba en lo autoral, sino en algo espiritual y está dada sin dudas de esa propia empatía: Delmira era para mí un fantasma al que intenté dar vida resucitándola en un libro. Dulce María fue, y será la amiga que siempre me acompaña, la cubana excepcional que me impregnó con su ejemplo de por vida.

Teresa Dovalpage: Y que, desde donde esté, debe estar orgullosa de cómo su memoria ha perdurado en ti e influido en tu obra… Todos tus lectores conocemos esta anécdota deliciosa de que escribiste parte de Las Horas del Alma con mercuro cromo (mercromina) en La Habana…esto no tiene precio. ¿Fue ése tu primer libro de ficción? ¿Y cuándo decidiste pasar del periodismo a la ficción?

Ana Cabrera Vivanco: El periodismo terminó para mí cuando decidí que la censura me estrangulaba la garganta al punto de asfixiarme… Un día recogí mis bártulos y decidí dedicarme a escribir como se dice en Cuba: “por la libre empresa.” O sea, volar con alas propias y no con las alitas cortadas. Después de concluir La Voz del Silencio, le comenté a Dulce María que tenía una novela en gestación. Fue ella la primera en animarme, y estuvo también entre las primeras en leer los capítulos iniciales de Las Horas del Alma. De ella recibí también los consejos preliminares en esto de lanzarme de cabeza a novelar. No le alcanzó la vida para ver editada La Voz del Silencio, aunque pudo dejarme por escrito una dedicatoria que guardo como una reliquia de nuestro trabajo en común. En cuanto a Las Horas del Alma, debe estar muy complacida…porque presiento que su presencia no sólo vuela a mi lado sino que todavía me sonríe.

Teresa Dovalpage: Es una presencia que los lectores sentimos también, como un perfume leve, aunque no la podamos explicar. Ahora, pasando a tu segunda novela, Las Cien Voces del Diablo ocurre en Cuba,  pero en realidad podría tener lugar en cualquier país latinoamericano…¿fue intencional esa ambivalencia geográfica?

 

Ana Cabrera Vivanco: Pues ahora que lo dices… No sabría que responder. Recuerdo que cuando le puse al pueblo de Las Cien voces del Diablo, Villa Veneno, no tenía ni coordenadas en el mapa. me dejaba llevar por el desbordamiento y el flujo de los hilos de la trama que iban gestándose dentro de mi. Después vi que el Caribe estaba ahí, y que mi acento y mi voz autoral son tan caribeños, tan cubanos que ese pueblo tenía que estar en Cuba… pero sin dudas es por la ambientación, la exuberancia que rodea y enmarca la historia, no por los acontecimientos que se suceden que bien pudieran ocurrir en cualquier sitio del mundo.

 

Teresa Dovalpage: Tienes razón…pero qué bueno que suceden en Cuba, para orgullo y delicia de los cubanos que andamos regados por el mundo. Y al llegar a este punto veo una trayectoria en tu obra: del periodismo, del reportaje como  tal (La sacerdotisa de Eros y La Voz del Silencio) pasando por una crónica de la vida cubana (Las Horas del Alma, en la que respetas con toda exactitud la cronología, la historia de Cuba) hasta el desboque de imaginación y erotismo que es Las Cien Voces del Diablo… ¿ha sido consciente esa trayectoria?

Ana Cabrera Vivanco: Me costó mucho renunciar al periodismo. Es una profesión que amo y que sigue estando en mis venas. Me costó tanto, que cuando arranque con Las Horas del Alma, tenía que volver a reescribir los tramos donde en vez de novelar, se filtraba el lenguaje periodístico. Pero siempre he pensado que los autores al igual que los actores, no debemos aceptar encasillarnos. El periodismo como tú dices tiene muchas facetas: el reportaje, la crónica, el artículo. Entonces por qué no desdoblarme también en la novelística. Sí, ahora que lo señalas… creo que he estado consciente de esa trayectoria. Sólo que en el trayecto yo misma no tenía plena consciencia de lo que me esperaba, de haber estado consciente del todo. Ufff, no sé que decirte…

Teresa Dovalpage: Pues ya me has dicho…Tus personajes femeninos llaman la atención por la fuerza que tienen, por ser, si me permites la expresión, “mujeres de ovarios grandes.” ¿Esto es adrede, te propones crear personajes femeninos fuertes? ¿Por qué?

Ana Cabrera Vivanco: Siempre digo que son los fantasmas de muchas generaciones los que me dictan al oído las palabras. Entre ellos esta el de mi bisabuela, con quien tuve la suerte de convivir hasta que murió nonagenaria. Era de aquella generación de mujeres que ayudaron a los hombres en las guerras de independencia. Mujeres cimarronas, manigueras, de gran temple y ovarios grandes. Por otro lado, no me gustan las novelas de personajes andróginos, donde el protagonista masculino es el que comanda siempre las acciones y las mujeres son sólo como un adorno más en la trama. En Cuba, a diferencia de otros países de Latinoamérica e incluso de Europa, las mujeres tuvieron conquistas sociales más tempranas. Asistieron a la universidad, ganaron el derecho al voto, incluso la ley del divorcio, se dictó desde el 1917, lo que significaba que la mujer se emancipaba del varón y asumía ella las riendas. Sí me gusta que mis protagonistas femeninas sean mujeres de rompe y raja, yo misma soy reacia a la sumisión. Creo que no va conmigo y así sale en las novelas.

Teresa Dovalpage: Sí, siempre algo personal se cuela en las novelas. Por ejemplo, siempre he pensado que el personaje de Isabel, la periodista de Las Horas del Alma, tenía un poco de autobiográfico… ¿Consideras que tus novelas pertenecen a la categoría del realismo mágico? ¿Por qué o por qué no?

Ana Cabrera Vivanco: Bueno, esto de los tópicos y las etiquetas no me gusta ni un pelín. Supongo que todos tenemos una huella de los grandes maestros de la literatura de los que nos hemos ido nutriendo. Pero te digo lo mismo que le respondí hace poco a un periodista: Todos vemos amanecer y anochecer, pero no habrá dos personas que al describirlos lo hagan de la misma manera. Cada autor tiene su sello, su estilo propio, su manera de trasmitir y entregar. Esto de buscar similitudes es como poner cuños de fábrica. La creación es el acto más íntimo que existe. No puede ser compartido más que contigo mismo. Cada autor deja su propio ADN en cada una de sus criaturas.

Teresa Dovalpage: Ese ADN (excelente comparación) es lo que permite identificar la voz de escritor. Y la tuya se escucha ya desde los primeros párrafos. Cuando escribes, ¿lo haces con la intención de transmitir un mensaje, digamos, sobre el tema cubano, la política…? ¿Cuál es tu filosofía de la  escritura, por llamarla de alguna forma?

Ana Cabrera Vivanco: Sí, desde luego. Cuando escribo trato de trasmitir un mensaje y que de ese mensaje el lector saque sus propias conclusiones  y más que todo que medite y reflexione sobre la vida, la felicidad, el infortunio, y desde luego la política. Desdichadamente la política rige el destino de muchos pueblos. Por más que nos disguste la política interviene en nuestras vidas forma parte de nuestras historias nacionales, incluso es difícil mantenerse al margen de ella sin pecar de indiferentes.

 

Teresa Dovalpage: Muchas, muchas gracias, Ana, por esta primera entrevista. Nos paramos aquí, y volvemos muy pronto con la segunda parte, los secretos del arte de escribir a los que tú le sabes, como diríamos allá en Cuba, ¡un mazo!