Publicado originalmente en Sub Urbano Magazine
Últimamente me quito y me pongo tal variedad de sombreros que a veces ni yo misma sé dónde he dejado la cabeza. Me refiero a la frase en inglés to wear many hats, que en español se puede traducir como estar en misa, en procesión…y hasta en el confesionario, todo a la vez.
Me explico. Hasta hace un par de años, mis credenciales se limitaban a escritora y profesora universitaria, dos actividades que se complementan, o al menos no interfieren demasiado una con la otra. En 2009 comencé a escribir una columna semanal para el periódico local de la ciudad donde vivo, el Taos News, y a hacer freelancing en inglés. Hasta ahí, perfecto. El periodismo, además de afilar la pluma, es una manera fácil y divertida de ganarse los frijoles y de conocer gente interesante. Y hace unos meses (nueve, para ser exacta) soy la editora en español de TheWriteDeal.
Esto me ha permitido conocer la otra cara de la baraja, un espacio que hasta ahora había sido lejano, desconocido y hasta inaccesible: el buró (o la carpeta electrónica) del editor. Y ha constituido todo un descubrimiento. Como escritora, pensaba, y todavía pienso, que mi misión era seducir al editor, hacerlo caer en la red de mis palabras, convencerlo para que publicara el manuscrito que me había llevado meses o años redactar. Por tal motivo veía a los editores como guardianes no precisamente amistosos del reino de la tinta y el papel, que muchas veces se limitaban a enviarme una negativa de fórmula. Aunque ya no recibo las negativas personalmente (mi agente angelical me ahorra el mal rato) mi visión de los editores como figuras lejanas, inaccesibles y un tanto pavorosas, continuó hasta que me convertí en parte del gremio.
A TheWriteDeal, que es una editorial bilingüe en línea, llegan todo tipo de manuscritos y ahora me toca a mí ser… la seducida. Reconozco que soy parcial; me han dicho que la mayoría de los editores, y los lectores filtro, decide a las tres páginas si continúa leyendo un manuscrito o si lo tira a la basura. Por pura solidaridad autoral yo trato de llegar hasta la veinte, a no ser que me encuentre más de tres faltas de ortografía por página. Intento ponerme en sintonía con el autor, adivinar qué quiso decir (aunque no lo haya dicho), procuro leer entre líneas y a veces por debajo de ellas. Sin embargo, no puedo dejar de la mano la consideración debida a los lectores. La mayoría de éstos no va a tener la paciencia de esperar hasta la página treinta si el libro no los atrapa desde la segunda o tercera. Tampoco se pondrán a interpretar las intenciones del autor, lo que quiso decir vs. lo que dijo en realidad.
Como editora, tengo el deber de respetar a los autores, de responder a la confianza con la que han puesto en mis manos el fruto de su labor, pero a la vez necesito velar por el derecho de los lectores a recibir un producto que los entretenga y justifique el dinero que han pagado por él. Alcanzar el equilibro entre estos dos puntos constituye un verdadero reto.
A fin de hacer más fácil la vida de mis colegas de ambos bandos (editores y editados, seductores y seducidos), comparto aquí algunas reglas básicas para que los manuscritos no caigan en el cesto de reciclaje o sean defenestrados por la tecla “borrar”:
Cuida la ortografía. No hay nada que ofenda más la vista de un editor que las faltas de ortografía y puntuación. La buena ortografía es como la higiene corporal. Si está presente, no se nota, pero si falta, apesta.
Ubica al lector en tiempo y espacio lo antes posible.
Asegúrate de que los personajes sean coherentes y que mantengan el mismo nombre en toda la narración. No te sorprendas: más de una vez he encontrado a un Rogelio que se convierte en Eduardo antes de transmutarse en Pedro… todo en menos de veinte páginas. Esto, además de confundir al lector, es una señal clarísima de que la obra no ha sido revisada.
Huye de los clichés. Las manos blancas como la nieve y las cabelleras negras como el ala de un cuervo están ya mandadas a recoger.
Después de terminar un manuscrito, guárdalo por un tiempo (de dos semanas a un mes) y vuélvelo a leer con la pluma en la mano. Te sorprenderás de las cosas que se te escaparon la primera o hasta la segunda vez que lo revisaste. Escribir es reescribir, ha dicho Donald Murray.
Si conoces a alguien que pueda revisar el texto y darte su opinión sincera, aprovecha la oportunidad. Adviértele que te lea sin piedad, como te leerán los editores y los lectores filtro, y no te pongas de mal humor si el veredicto no es totalmente positivo. No tienes que seguir al pie de la letra todos los consejos que te den, pero al menos escúchalos.
Las anteriores son verdades de Perogrullo, con las que no pretendo descubrir el agua tibia (hablando de clisés…), sólo poner mi granito de arena para pavimentar este camino, largo y tortuoso, como dirían Los Beatles, que va de la escritura a la publicación.
Buena suerte.