La limpieza de las acequias

Cuento que aparece en la colección Taos Mío/ My Taos, un libro escrito por estudiantes de quinto grado de la escuela primaria Ranchos de Taos en Taos, Nuevo Mexico

Dicho: “Haz el bien y no mires a quién”

Una acequia

La primavera había llegado a Taos. ¡Había tantas cosas divertidas en que entretenerse! Caminar por los senderos de la montaña, hacer rafting en los rápidos del Río Grande y comer fruta fresca del huerto de la Abuela Zenaida…

Pero antes que todo, era necesario limpiar la acequia que regaba la propiedad de Abuela Zenaida. Abuela era una parciante, es decir, estaba entre los muchos taoseños cuyas tierras se mantenían irrigadas gracias a las acequias.

Las acequias son sistemas de riego que pertenecen a toda la comunidad, no a un solo individuo. La acequia que pasaba por las tierras de Abuela Zenaida era la Acequia Madre del Río Pueblo. Esta también corría por las propiedades de varios vecinos de modo que limpiarla era tarea de todos. La limpieza consistía en quitar las ramas viejas, los pedazos de madera, la arena y los desperdicios que se habían acumulado durante el invierno.

Una vez que la acequia quedaba limpia, el agua fluía sin obstáculos por las propiedades de los parciantes y las regaba en la primavera y el verano. Desafortunadamente, cada vez era más difícil encontrar personas dispuestas a participar en la limpieza de la acequia. Todos estaban demasiado ocupados o demasiado cansados de trabajar.

Los encargados de la acequia, llamados mayordomos, están a cargo de las operaciones de limpieza. Y esta primavera, el Señor Valerio, el padre de Juanita, era el mayordomo de Acequia Madre del Río Pueblo. El Señor Valerio era vecino de Abuela Zenaida y compartían la misma acequia.

Un sábado por la mañana, a principios de abril, Carmela fue a visitar a Juanita. Planeaban ir a la Plaza con la mamá de Juanita y luego comer en Michael’s Kitchen. Carmela se relamía pensado en un desayuno de huevos rancheros o quizá una omeleta extraordinaria: queso, jamón, pimientos y cebolla, todo cubierto con salsa verde. ¡Qué rico! Se le hacía agua la boca nada más de pensarlo. Solo esperaba que Juanita, que casi siempre se demoraba mucho en vestirse, estuviera lista para salir.

Efectivamente, Juanita estaba lista cuando Carmela llegó a su casa. Pero llevaba ropa de trabajo: una camiseta raída y pantalones con agujeros. ¡Para nada la ropa que una se pone un sábado por la mañana si va a un restaurante! Cargaba una pala chiquita.

—¡Pero, muchacha! —exclamó Carmela—. ¿Vas a llevar una pala a Michael’s Kitchen?

Juanita sacudió la cabeza con tal fuerza que sus rizos oscuros dieron un par de volteretas.

—Lo siento, pero no vamos a ir allá —le respondió—. Tenemos que ayudar a limpiar la acequia. ¡Es un cochinero! Mis padres empezaron hoy tempranito, pero todavía les hace falta mucha ayuda así que les estoy echando una mano. ¡Y tú puedes hacer lo mismo!

¡Adiós a la mañana divertida que Carmela había esperado pasar! Mientras pensaba qué decir, Juanita agregó:

—Podemos desayunar juntas antes de empezar el trabajo. ¡Mira, mi mamá hizo burritos de chicharrón!

Bueno, la propuesta sonaba más o menos aceptable. Carmela siguió a su amiga a la cocina, donde se zampó un burrito grande con chicharrón crujiente. Una vez que tuvo la panza llena, salió, agarró también una pala chiquita y comenzó a ayudar a los padres de Juanita a limpiar la acequia.

  A las dos en punto habían terminado la limpieza. El Señor Valerio mandó a buscar bocadillos a La Manzanita y comieron todos juntos. Cuando Carmela regresó a su casa, le alegró mucho reportar que había trabajado duro todo el día.

—Bien hecho, mija —le dijo su madre—.  ¡Qué bueno que pasaste todo un sábado ayudando a tus amigos!

—Haz bien y no mires a quién—respondió Carmela, citando uno de los dichos favoritos de Abuela Zenaida.

Unos días después, Carmela y sus padres fueron a casa de Abuela Zenaida para ayudarla a limpiar la acequia. Después de todo, Carmela ya tenía algo de experiencia con esta tarea. Cuando llegaron, ¿a quién crees que se encontraron ya allí, pala en mano y con una gran sonrisa de oreja a oreja?

¡Sí, a los padres de Juanita, y a la propia Juanita, que habían ido a ayudar!

Dicho: “Haz bien y no mires a quién”

La primavera había llegado a Taos. ¡Había tantas cosas divertidas en que entretenerse! Caminar por los senderos de la montaña, hacer rafting en los rápidos del Río Grande y comer fruta fresca del huerto de la Abuela Zenaida…

Pero antes que todo, era necesario limpiar la acequia que regaba la propiedad de Abuela Zenaida. Abuela era una parciante, es decir, estaba entre los muchos taoseños cuyas tierras se mantenían irrigadas gracias a las acequias.

Las acequias son sistemas de riego que pertenecen a toda la comunidad, no a un solo individuo. La acequia que pasaba por las tierras de Abuela Zenaida era la Acequia Madre del Río Pueblo. Esta también corría por las propiedades de varios vecinos de modo que limpiarla era tarea de todos. La limpieza consistía en quitar las ramas viejas, los pedazos de madera, la arena y los desperdicios que se habían acumulado durante el invierno.

Una vez que la acequia quedaba limpia, el agua fluía sin obstáculos por las propiedades de los parciantes y las regaba en la primavera y el verano. Desafortunadamente, cada vez era más difícil encontrar personas dispuestas a participar en la limpieza de la acequia. Todos estaban demasiado ocupados o demasiado cansados de trabajar.

Los encargados de la acequia, llamados mayordomos, están a cargo de las operaciones de limpieza. Y esta primavera, el Señor Valerio, el padre de Juanita, era el mayordomo de Acequia Madre del Río Pueblo. El Señor Valerio era vecino de Abuela Zenaida y compartían la misma acequia.

Un sábado por la mañana, a principios de abril, Carmela fue a visitar a Juanita. Planeaban ir a la Plaza con la mamá de Juanita y luego comer en Michael’s Kitchen. Carmela se relamía pensado en un desayuno de huevos rancheros o quizá una omeleta extraordinaria: queso, jamón, pimientos y cebolla, todo cubierto con salsa verde. ¡Qué rico! Se le hacía agua la boca nada más de pensarlo. Solo esperaba que Juanita, que casi siempre se demoraba mucho en vestirse, estuviera lista para salir.

Efectivamente, Juanita estaba lista cuando Carmela llegó a su casa. Pero llevaba ropa de trabajo: una camiseta raída y pantalones con agujeros. ¡Para nada la ropa que una se pone un sábado por la mañana si va a un restaurante! Cargaba una pala chiquita.

—¡Pero, muchacha! —exclamó Carmela—. ¿Vas a llevar una pala a Michael’s Kitchen?

Juanita sacudió la cabeza con tal fuerza que sus rizos oscuros dieron un par de volteretas.

—Lo siento, pero no vamos a ir allá —le respondió—. Tenemos que ayudar a limpiar la acequia. ¡Es un cochinero! Mis padres empezaron hoy tempranito, pero todavía les hace falta mucha ayuda así que les estoy echando una mano. ¡Y tú puedes hacer lo mismo!

¡Adiós a la mañana divertida que Carmela había esperado pasar! Mientras pensaba qué decir, Juanita agregó:

—Podemos desayunar juntas antes de empezar el trabajo. ¡Mira, mi mamá hizo burritos de chicharrón!

Bueno, la propuesta sonaba más o menos aceptable. Carmela siguió a su amiga a la cocina, donde se zampó un burrito grande con chicharrón crujiente. Una vez que tuvo la panza llena, salió, agarró también una pala chiquita y comenzó a ayudar a los padres de Juanita a limpiar la acequia.

  A las dos en punto habían terminado la limpieza. El Señor Valerio mandó a buscar bocadillos a La Manzanita y comieron todos juntos. Cuando Carmela regresó a su casa, le alegró mucho reportar que había trabajado duro todo el día.

—Bien hecho, mija —le dijo su madre—.  ¡Qué bueno que pasaste todo un sábado ayudando a tus amigos!

—Haz bien y no mires a quién—respondió Carmela, citando uno de los dichos favoritos de Abuela Zenaida.

Unos días después, Carmela y sus padres fueron a casa de Abuela Zenaida para ayudarla a limpiar la acequia. Después de todo, Carmela ya tenía algo de experiencia con esta tarea. Cuando llegaron, ¿a quién crees que se encontraron ya allí, pala en mano y con una gran sonrisa de oreja a oreja?

¡Sí, a los padres de Juanita, y a la propia Juanita, que habían ido a ayudar!

El libro