Feliz con la acogida de Last Seen in Havana…y una probadita en español

Llevo varios días sin actualizar este blog, pero no es por falta de buenas nuevas. Estoy feliz (como una lombriz) por la reciente publicación de mi novela Last Seen in Havana, que salió el seis de febrero con muy buen pie.

Aquí está el enlace a una reseñita en el New York Times que me puso a dar brincos de contento, y además fue seleccionada como Editor’s Pick de Amazon en la categoría de series de misterio.

La novela tiene una narrativa doble, con capítulos que se alternan entre el fin de la década del ochenta y una semana en 2019. Mercedes, la protagonista de Death under the Perseids, vuelve a Cuba con la intención de encontrar pistas sobre el destino de su madre, Tania, que desapareciera a principios de los noventa.

Con la invaluable ayuda de Anjanette Delgado, que me dio tremendo impulso, estoy en el proceso de traducir la novela al español…¡traducir es sin dudas volver a escribir! Divertido y trabajoso a la vez, es darle una mirada al librijo con otros ojos.

Así va quedando:

A la hora ceniza, ese momento raro y loco del día cuando todavía no ha caído la noche, pero ya el mundo empieza a difuminarse como si se estuviera sumergiendo bajo el agua, mi madre, a veces, se me aparecía. No era un sueño, porque mantenía los ojos abiertos todo el tiempo, ni tampoco una fantasía infantil. Era un estado intermedio, un desgarrón en el tejido de la realidad, el vislumbre de un espejismo.

Me acuerdo de una tarde en la que la casa se sentía más tranquila y vacía de lo normal. El resplandor azulenco del televisor era la única luz que iluminaba la sala. Salí sin hacer ruido y me senté en el patio de atrás, debajo de la mata de mangos, mientras Mamina, mi abuela, andaba atareada en la cocina. Sabía que preparaba congrí: frijoles negros cocinados junto con el arroz, sazonados con comino y pedacitos de tocino. También olía a pollo frito (¡frito en manteca, claro!) y se me hacía la boca agua.

Tenía hambre, pero de pronto se me olvidó la comida. Mi madre se acercaba en silencio y sus pies apenas tocaban la arenilla del suelo. Levanté la vista y supe al instante que era ella, aunque no podía recordar su rostro.

—¡Mamá!

Se arrodilló a mi lado y me revolvió el pelo. Un olor a rosas nos envolvió. Esperé a que me explicara aquellos años de ausencia, a que se disculpara y jurase que me quería. Pero la voz de Mamina rompió el encanto, como siempre.

—Merceditas, ¿dónde estás?

Mi madre nunca vino. El fantasma de la chiquilla de nueve años que era yo se quedó allá, bajo el árbol de mangos, esperándola.