Entrevista a Julio Pino Miyar

Julio Pino Miyar

La espléndida ciudad (Betania, 2011), de Julio Pino Miyar, una compilación de ensayos escritos entre 2004 y 2008, es un libro que enseña entreteniendo. He aprendido desde Rimbaud y sus visiones hasta lo que Henry Miller pensaba del poeta, amén de una traducción del primero hecha por Cintio Vitier—cuyos poemas, por cierto, se examinan en otro artículo.

Un ensayo sobre Memorias del Sanatorio, de Héctor R. Vallés  me despertó un inmediato deseo de leer el libro. Quizás por identificación con los personajes me gustan mucho las novelas sobre locos. De hecho, una de mis preferidas es Los renglones torcidos de Dios, de Torcuato Luca de Tena. Y la cita sobre el “culito caliente” de la Mona Lisa me hizo reír, que la crítica puede ser seria y tener pinceladas de choteo. Hay un excelente estudio de otras memorias, la de las putas tristes de García Márquez y una aproximación al poeta nicaragüense Anastasio Lovo.

Los reyes destronados de quienes descendemos están presentes en “Don Quijote y su escritor Cervantes”… “Un bosque helado” se ocupa de las leyendas de los hermanos Grimm en su contexto socio histórico. Kafka tiene su artículo y también lo tienen Carlos Marx y Ludwing Feuerbach. Más adelante vienen un estudio sobre Jardín, de Dulce María Loynaz y otro muy enjundioso, dedicado a la obra de Carpentier, amén de una visión panorámica de la cinematografía de Humberto Solás y Tomás Gutiérrez Alea.

Pero mi pieza preferida es “Inxilios,” sobre los exilios interiores que cada cual sufre o disfruta (yo disfruto el mío, lo confieso) a su forma y manera. “La espléndida ciudad,” por otra parte, me ha hecho ver con más cariño una Habana Art Deco que jamás he extrañado y además aprendí allí una palabra nueva: “paideuma.”

Después de terminar el libro, que recomiendo encarecidamente, me he atrevido a hacerle una entrevista a su autor.

Teresa Dovalpage: En 1995 fundaste en Miami la revista Los Conjurados. Hay que tener valor para fundar una revista y no te digo de meterse a editor porque eso es ya algo mucho. ¿Qué me puedes contar de tu experiencia con Los Conjurados? ¿Volverías a editar otra revista?

Julio Pino Miyar: Teresita, te reitero las gracias por tu gentileza al hacerme esta entrevista que me entrega una posibilidad más de acercarme a los lectores. En general pienso que Betania y su buen animador Felipe Lázaro, me están propiciando la superación de barreras que estuvieron frente a mí por mucho tiempo. Respondiendo tu primera pregunta:

Los Conjurados más que una revista fue un pretexto para palear la soledad. Mi penúltima jornada vivida en Cuba (te estoy hablando de los años 1986–87) tuvo esa azul intensidad que sólo nos puede ofrecer la relación más estrecha con esos amigos de juventud con los que se comparten la misma voluntad “por hacer algo” y las consecuentes utopías, que hacen esa experiencia tan vital, concomitante con otras experiencias que se repiten en el concierto plural de la historia, como si en su esencia más íntima, lo asumido hoy hubiera sido asumido ayer, y volviera a ser asumido mañana. Y de todos los vínculos generacionales es en el territorio del arte donde esto suele ser más entrañable. Cuando llegué a Estados Unidos todo cambió drásticamente. Como escribí en ese ensayo que tanto te gustó “en el exilio el tiempo y las mareas no esperan a nadie”. Los Conjurados surgió así como una voluntad de atrincheramiento frente a la dispersión que a algunos nos impone el exilio. Fue esencialmente eso, nada más. No creo siquiera que fuera lo que podríamos llamar una buena revista, o al menos no lo fue en el sentido convencional del término. Creo que a Los Conjurados, los terminó venciendo la soledad. ¿Volvería a editar otra revista? No, pienso que sería exactamente la misma: el mismo sueño, la misma voluntad, y el mejor pretexto para juntar amigos.

Teresa Dovalpage: Pues ésa es la gracia de las revistas, de la creación en grupo, la sandunga de los creadores juntos, ya que crear suele ser un oficio solitario. Bueno, y además de ensayista eres poeta. ¿Cuán diferente es el proceso de creación en ambos casos? ¿Acudes a musas diferentes? ¿Y cuál disfrutas más?

Julio Pino Miyar: Acudiendo a un breve esquema podría decirte que el poeta lo que busca imperiosamente es llegar a expresar, mientras que el ensayista lo que trata a toda costa es de explicarse. Un verdadero poema no tiene que ser explicado. La famosa anécdota que se le asigna generalmente a Mallarme, donde el poeta lee un poema, y cuando alguien del público le pregunta qué ha querido decir, el poeta lo que hace es volver a leer su poema, ilustra ejemplarmente lo que te digo. Por eso es que el tiempo me ha llevado a la relativa certeza de que no soy un poeta, sino un ensayista que necesita explicar muchas cosas, y, sobre todo, explicarse a sí mismo.

Teresa Dovalpage: Pues tú te explicas muy bien en los ensayos, pero también transmites mucho con la poesía… Y dime, ¿qué es lo más difícil a la hora de hacer crítica literaria? ¿Y lo que más satisfacciones da?

Julio Pino Miyar: Te voy a ser sincero, no me gusta el término de crítico literario aplicado a mi persona. Me considero, quizás presuntuosamente, un ensayista. Aunque voy a tratar de exponerte esto con el siguiente ejemplo: imagina que hay frente a ti un vaso sobre la mesa, si ese vaso fuera objeto de estudio para la crítica, la relación que se establece entre el sujeto que lo mira y el vaso sería una relación de dependencia. Lo que quiero decir, es que la crítica literaria se subordina siempre al texto, se debe al texto, en el mismo sentido en que decimos que la mirada sobre el objeto en estudio (el vaso sobre la mesa) termina por priorizar la objetividad de lo mirado frente a la subjetividad de quien mira. Mas en el ensayo no ocurre necesariamente así. Volvamos a la imagen del vaso: el ensayista más bien lo rodea, lo circunda, pero sobre todo, va creando un tenue tejido en torno a él, que es como una suerte de prolongación del objeto que ya no es puramente el objeto en estudio, sino una mixtura fabricada de consciencia y realidad, una infinita aproximación, y, tal vez, una metáfora más. Porque lo que el ensayista esencialmente pretende, es dejar a salvo la subjetividad de su mirada. Cuando ya el tejido que circunda el vaso ha sido construido, el ensayista prescinde del vaso y se queda con el tejido. Y es eso lo que muestra al lector. La crítica, como la llamada investigación literaria, son actividades insertas en un cuerpo textual que le es ajeno. Al ensayista, por el contrario, nada le es ajeno, ya que busca encontrar en sí mismo una justificación, una verdad que lo legitime más allá del texto.

¿Lo más difícil? Lo más difícil es escribir.

Teresa Dovalpage: ¡Qué bien! Tendré en cuenta tu distinción entre ensayista y crítico, palabreja que a mí tampoco me hace mucha gracia… En tu artículo “El artista y la ciudad,” publicado en Azularte

http://revistaliterariaazularte.blogspot.com/2009/12/julio-pino-miyarel-artista-y-la-ciudad.html

escribes

“En mi juventud yo hablaba crípticamente de la imperiosa necesidad de elaborar una teoría capital de la idiotez, opuesta a todas las disciplinas y a todas las literaturas.”

Creo que la vida regala a diario suficiente material para ampliar y perfeccionar esta teoría… ¿has escrito algo más sobre el particular?

Julio Pino Miyar: Teresita, paradójicamente, si se asume limpiamente la idiotez como norma de vida, no tenemos que disponernos a escribir sobre ella, ya que lo haremos espontáneamente. Yo diría que la idiotez es un estado irreversible del alma, y se puede ser idiota con la misma dignidad con que se ha sido poeta. Lo que en ocasiones ocurre, es que la vida no parece dejarnos mejores opciones. Cuando me hiciste la pregunta (que me alegra porque tocaste un punto capital de mi pensamiento y de mi vida) pensé en el gran Alfred Jarry, quien creó el método de los procedimientos inútiles y la ciencia general de las excepciones. Yo, por mi parte, no he creado nada, por eso mi idiotez suele ser superior a la de Jarry. Para sintetizar, y no extenderme por los vericuetos de una teoría como la que acaso me propones que escriba: Ante a un mundo tan obtuso y totalitario como el que vivimos, que nos impone algebras de alcance cósmico que sólo los más inteligentes, o los más ricos, entienden, vale oponer la humana comicidad del idiota. Aunque insisto, no es que esto sea más inteligente; es más necesario. ¿Perfeccionar la teoría? Cuando Picasso pintó a las chicas de Avignon, aplicó en primeras nupcias esta teoría, cuando Duchamp le pintó un mostacho a la Mona Lisa y la mandó como obra suya a la exposición de invierno de París, (¿fue a la exposición de invierno?) o cuando Joyce suspendiera los puntos y las comas de su escritura, la teoría llegó al paroxismo. Al filo de esa teoría nació una noche terrible el arte moderno. Lo que ocurre es que ahora hay muchos que quieren hacerse los idiotas. Mas, para aprobar la difícil prueba de la idiotez hay que haber fracasado honestamente en todos los eventos en que se ha participado, y sistematizar hasta el delirio la incapacidad de aprender… Entonces quizás sí, la sensación tenue de un rapto, o de un breve reflejo, alumbrarán nuestra ya muy maltrecha consciencia moderna.

Teresa Dovalpage: Creo que deberías abundar en este tema y escribir un ensayo sobre la idiotez. Realmente, todos hemos sido idiotas alguna vez, y lo más probable es que lo seamos muchas más… Volviendo a tu obra, ¿te has dedicado también a la ficción?

Julio Pino Miyar: Tengo una noveleta. No sé si es buena o si es mala pero la quiero mucho. La escribí en Hialeah, en el otoño de 1991. Lo curioso es que es ahora cuando me percato que ese texto obscuro por fin ha terminado, como quien concluye su larga temporada en el infierno, y la acabo de fechar, (veinte años justos, más tarde) a la manera de un exorcismo doloroso y mágico, para que no queden dudas de que así fue.

Teresa Dovalpage: ¡Pues nada, a publicarla! Mira que a los textos no les gusta quedarse enjaulados en una gaveta… ¿Y cuál es  el tema de tu próximo libro o colección de artículos?

Julio Pino Miyar: Preparo un nuevo libro de ensayos, el cual está casi terminado. En las palabras introductorias a La Espléndida Ciudad se afirma aproximadamente, que lo que le entrega la posible unicidad a esa compilación es el núcleo existencial desde el cual fue escrita. ¿Qué quiere decir exactamente esto? Respondiendo con una sentencia de Antonio Machado, se debe dudar de todo (la duda infatigable, metódica, cartesiana, posee un substrato primordialmente ético) pero si se termina dudando de la propia existencia “apagad e idos”. Porque ahí ya no nos quedan márgenes de dudas. Y en ese humilde resquicio es donde se refugia la sensibilidad lastimada del hombre contemporáneo. Desde ese núcleo es que todo pude ser de nuevo posible, incluso la literatura. No lo puedo entender de otra forma. Y sí, en esa compilación reaparece, como en la primera, la reflexión literaria, histórica, cuasi filosófica.

Teresa Dovalpage: Espero leerlo pronto, entonces. ¿Y algún consejo para quienes decidan dedicarse a la crítica literaria, o a la ensayística?

Julio Pino Miyar: Teresita, al crítico no sabría que decirle, al joven que quiera disponerse hacia el ejercicio solitario de la ensayística, que no tema nunca ser inapropiado, que se arme de toda la paciencia del mundo, y que crea mucho en la literatura porque es ahí donde tendrá su máxima posibilidad de expresión, pero sobre todo, que en aras de la literatura no se separe demasiado de la vida. Y algo más, y fue un consejo que hace muchos años me dio Cintio Vitier, y con frecuencia olvido, que no se enserie demasiado con sus textos, que no se tome, él mismo, demasiado en serio.

Teresa Dovalpage: En eso tienes toda la razón. La gente que no se puede tomar a sí misma con sentido del humor está frita… porque mira que la vida nos da lleva al trote con su humorismo diario, eh. Muchísimas gracias, Julio, por aceptar este entrevista y espero con impaciencia tu próximo libro de ensayos…¡Y no te olvides de esa noveleta!

Para adquirir gratuitamente La espléndida ciudad vayan al enlace de la editorial Betania

http://ebetania.wordpress.com/2011/11/21/la-esplendida-ciudad-de-julio-pino-miyar-en-ebook/