Mi experiencia con la Puerta del Cielo

Aquí ocurrieron los suicidios. Foto tomada de https://www.suicidecleanup.com/heavens-gate-victims/

Muchas gracias a Rolando J Vivas por su excelente post, que me ha recordado este triste incidente.

Primera parte

Un extraño encuentro en la biblioteca

En julio de 1996, pocos meses después de mi llegada a California, conocí en la biblioteca pública de San Diego a un miembro del grupo Heaven’s Gate (La Puerta del Cielo). Era un hombre alto y delgado, de cincuenta y pico de años, que llevaba camisa gris con cuello de seminarista. Los dos buscábamos libros de ciencia ficción que, aunque aparecían como disponibles en el catálogo, no se encontraban en los estantes.

Mientras esperábamos a que la bibliotecaria averiguara dónde estaban, aquel señor, cuyo nombre no puedo recordar por más que lo intento, me contó que pertenecía a una organización que contaba con un centro de operaciones ubicado en el espacio. Él y sus compañeros, a quienes llamaba “la tripulación,” tenían el propósito de salvar a los terrícolas que aceptaran sus enseñanzas: se avecinaba un reciclaje del planeta y sólo ellos sabían cómo huir del caos que seguiría.

Aunque estaba segura de que me había topado con un loco, la convicción con que aquel hombre hablaba me resultó fascinante. Cuando nos despedimos me llevé a casa un papel con la dirección del lugar donde, tres días después, se ofrecería una charla sobre el grupo. Mi marido se horrorizó; dijo que Heaven’s Gate era una de las tantas bandas de alucinados que crecían como mala hierba en California, pero de todas formas fui.

La reunión

El orador era el líder del culto, más conocido por el musical apelativo de “Do”, a quien mi conocido tuvo la gentileza de presentarme. El verdadero nombre de “Do”  era Marshall Herff Applewhite.

Marshall Herff Applewhite. Foto tomada de https://en.wikipedia.org/wiki/Marshall_Applewhite

Applewhite nació en Texas y fue profesor de música durante varios años en la Universidad de Santo Tomás en Houston. Tras divorciarse de su esposa y luego de una breve estancia en Nuevo México (exactamente, ¡en Taos!), conoció a Bonnie Lu Nettles en 1972. Nettles, enfermera de profesión, aficionada a la metafísica y a la comunicación con espíritus, dejó a su familia para marcharse con Applewhite, con quien sostuvo, al parecer, una relación platónica.

Juntos recorrieron el país predicando una mezcla ecléctica de teorías de la Nueva Era con elementos bíblicos y de ciencia ficción. Tenían un grupo de seguidores cuyo núcleo se mantuvo durante años, pero el nombre y la filosofía de la organización sufrieron cambios notables con el paso del tiempo. Nettles murió de cáncer en 1985 y Applewhite continuó dirigiendo el grupo. Cuando lo conocí en San Diego había iniciado lo que luego se conocería como “su última campaña.”

Aquella noche Applewhite peroró durante dos horas sobre la existencia de un nivel evolutivo superior al humano. Dicho nivel quedaba en el cosmos y sólo podía alcanzarse por medio de una nave interplanetaria. Los que quisieran salvarse cuando llegase el momento del reciclaje debían seguirlo a él.

Seguirlo a él significaba unirse a una comuna urbana, un grupo que promulgaba la renuncia total a los afectos familiares y bienes terrenales. Allí prepararían a sus vehículos (los cuerpos que ocupaban) para la travesía. Cuando estuviesen listos, vendría por ellos una nave espacial que los conduciría al nivel superior —una especie de reino de los cielos.

Aquello me pareció una novedad más de mi experiencia americana. Pero yo no había salido de Cuba para terminar en una comuna, por muy esotérica que fuese, ni me seducía la idea de abandonar mis posesiones terrenales (es decir, las de mi marido) que apenas empezaba a disfrutar. Y exiliarme en otra galaxia tampoco estaba entre mis planes inmediatos. No regresé a las charlas.

Tragedia en Rancho Santa Fe

El 26 de marzo de 1997 la noticia cayó como una bomba en la primavera temprana de la ciudad: treinta y nueve miembros de Heaven’s Gate, entre ellos Applewhite y mi conocido de la biblioteca, se habían quitado la vida en Rancho Santa Fe, un reparto lujoso situado al norte de San Diego. Era el mayor suicidio masivo en la historia de Estados Unidos. Según los documentos y videos que dejaron, estaban convencidos de que llegarían (en espíritu, ya que el cuerpo resultaba más difícil de transportar) a una nave espacial que seguía la trayectoria del cometa Hale-Bopp, que en esos días pasaba por el punto más cercano a la Tierra.

Las imágenes transmitidas por televisión mostraban una serie de habitaciones apenas amuebladas donde, tendidos en literas, vestidos con ropas oscuras y calzados con zapatillas Nike de a diez dólares, los suicidas aparecían cubiertos por sudarios triangulares de color púrpura. La policía dictaminó que no había existido violencia. Las muertes habían ocurrido en el transcurso de tres días, por ingestión de cantidades letales de fenobarbital y vodka. Los últimos en suicidarse habían ayudado a los primeros a alcanzar su propósito, colocándoles bolsas plásticas sobre la cabeza para apresurarles la muerte por asfixia. Applewhite estuvo entre los cuatro últimos en morir.

La prensa amarilla se apoderó del asunto. Un artículo de Kevin Creed publicado en Weekly World News advertía a los lectores que “no mirasen a los ojos de Applewhite, ni siquiera en fotografías” pues si lo hacían por más de dos minutos corrían el peligro de escuchar voces que los impulsarían a suicidarse. Al menos dos personas más se quitaron la vida siguiendo el mismo método de los miembros de Heaven’s Gate.

Aquél fue mi primer y más violento choque cultural.