Las Navidades de Topeo

En estos días de celebraciones navideñas me acuerdo mucho de mi abuela Mercedes, más conocida en la familia como Topeo. A ella le encantaba el barullo de las fiestas, que organizaba por su santo (el 24 de septiembre, día de la Virgen de las Mercedes), y en Navidad y fin de año.

Creo que una de las cosas que más disfrutaba mi abuela era invitar a la gente, servirles buena comida y ser ella el centro de atención, el hoyo del queque. Le gustaban mucho las flores. En casa había, y hay, unas jardineras de terracota obsequio de un enamorado de mi madre —esto las coloca en los años cincuenta, por lo bajito. Se llenaban con mariposas o rosas rojas y blancas de una florería que quedaba en Carlos III. El olor intenso de aquellas flores, que llenaba la sala, contribuía al ambiente festivo de aquellos días.

Con Topeo en el comedor

Comestibles y bebestibles

Para las fiestas se preparaba crema de vie y licor de menta, este último con una esencia que mi madre traía de La Central, la farmacia donde era directora técnica. La crema de vie se guardaba en una botella transparente muy fina, que quizá había contenido vino antes, y el licor de menta en una panzuda, de cristal verde grueso, preciosa.

Topeo compraba un cake o un brazo gitano, que entonces los vendían en Centro, la antigua Sears, o en La Antigua Chiquita. Hacía ensalada de coditos con camarones, que se conseguían en bolsa negra, o con el más asequible jamón Vicky que daban, cuando daban, en la carnicería del barrio.

Los bocaditos se untaban con pasta o con mortadela. Recuerdo unos panecitos pequeños, muy suaves, que vendían también en La Antigua Chiquita.

(¿Qué habrá sido de La Antigua Chiquita y de la florería que quedaba en Carlos III, poco antes de llegar a la farmacia?)

En cuanto al puerco asado, el congrí y la yuca con mojo se reservaban para la familia. No sé si antes de yo tener uso de razón se los dieran también a los invitados, pero en mis tiempos su consumo estaba bastante restringido. Costaba muy caro el puerco (que mi padre iba a buscar a Pinar del Río, en tren, y traía en sacos clandestinos) para llenar con él panzas ajenas.

Nunca servimos la merienda navideña en las famosas cajitas de cartón, ni la bebida en vasos plásticos. En casa se sacaban platitos de porcelana que tenían frutas pintadas y vasos que hacían juego con una ponchera de cristal. Topeo era muy particular con la manera de presentar las comidas.

Cualquier tiempo pasado fue…

Las fiestas a las que me refiero se daban en mi adolescencia, en los ochenta, cuando se podía comprar un cake en pesos cubanos y camarón y langosta en la misma moneda, aunque en el mercado negro. Eran nuestros años del oro.

Aquellas comiditas, que los jóvenes disfrutábamos golosamente, iban siempre aderezadas con suspiros nostálgicos de los mayores—añoranza por lo que no se conseguía ni en los centros espirituales y que había sido parte inseparable de la Navidad años ha: las uvas, la sidra El Gaitero, los turrones de Alicante…Tales exquisiteces formaban parte del imaginario culinario cubano, que mi generación solo conocía por fotografías y cuentos.

Pero hoy, diciembre de 2024, no se encuentran uvas, ni cake, ni camarones en la moneda nacional. Las meriendas festivas de los ochenta podrían considerarse, dada la situación actual de Cuba, banquetes opíparos. Parece que allá en mi pobre isla cualquier tiempo pasado fue efectivamente mejor.

Ojalá que en 2025 cambie la marea y podamos mirar al futuro con esperanza, en lugar de al pasado con nostalgia.