Este cuento pertenece a Taos mío, Cuentos y dichos, libro bilingüe basado en una colección de dichos de Mary Flossie Ocañas. Fue escrito por estudiantes de quinto grado de la Escuela Primaria Ranchos de Taos en Taos, New Mexico, con su maestra, Joella Apodaca, y Teresa Dovalpage dirigiendo el proceso de escritura creativa.

Empanadas dulces para la Navidad
Dicho: “Caras vemos; corazones, no sabemos”
Se acercaba la Navidad. Después de tres años sin reuniones familiares a causa del Covid, todos querían que fuera una celebración especial. Todos, y en especial Carmela, que apenas recordaba las Navidades pasadas. Las cosas que habían sucedido cuando ella tenía siete años le parecían muy, muy lejanas.
Como esa no iba a ser una Navidad cualquiera, Abuela Zenaida había decidido cocinar no solo el guajolote tradicional con puré de papas y pastel de nueces, sino también empanadas. Empanadas de cerdo, para ser exactos. Carmela nunca había probado las empanadas y estaba de lo más contenta.
Se puso aún más contenta cuando Abuela Zenaida le pidió que la ayudase en la cocina.
—Asegúrate de sazonar la carne de cerdo con sal, comino y pimienta, y luego yo le pondré pasas y nueces —dijo la abuela mientras preparaba la masa de hojaldre—. Ahora presta atención a mis instrucciones.
Abuela Zenaida le enseñó a Carmela a medir la cantidad adecuada de sazón y a mezclarla con el cerdo deshebrado. Carmela parecía estar muy atenta, con los grandes ojos castaños fijos en su abuela y una expresión muy concentrada. Pero, en realidad, estaba planeando cómo robarse unas cuantas nueces antes de que la abuela comenzara a hacer el pastel.
Un ratico después, Abuela Zenaida fue a darle una vuelta al guajolote. Carmela agarró siete nueces y se las zampó. Luego se comió cinco más. ¡Ja! Finalmente, recordando las instrucciones de la abuela, tomó una cucharada grande de azúcar, creyendo que era sal, y espolvoreó el cerdo desmenuzado. ¡Y luego puso otra, por si acaso! Obedientemente añadió comino y pimienta también. Abuela Zenaida regresó y se alegró porque el cerdo lucía perfectamente sazonado.
—¡Eres maravillosa, ayudándome a preparar la cena para la familia completa! —le dijo.
Carmela sonrió con todos los dientes.
La abuela se marchó de nuevo y Carmela se comió varias nueces más. Cuando se lamió los dedos, le supieron a dulce. Miró los recipientes de sal y de azúcar y comprendió su metida de pata, pero ¿cómo iba a decírselo a la Abuela Zenaida después de que esta la había elogiado tanto? Decidió guardar silencio, esperando que nadie notara el sabor dulce de las empanadas.
Comenzó la cena. La masa de las empanadas estaba lista. Abuela Zenaida las frió y los sirvió calentitas antes del plato principal, que era el guajolote.
—Carmela me ayudó a hacerlas —dijo.
Todos aplaudieron. Pero cuando la madre de Carmela, Mercedes, le dio la primera mordida a su empanada, exclamó:
—¡Están buenas, pero demasiado dulces!
—¿Cómo pueden estar dulces? —preguntó Abuela Zenaida, confundida.
Ella también probó una empanada y miró severamente a Carmela.
—¿Les pusiste azúcar a las empanadas a propósito, niña?
—No, abuela —respondió Carmela—. Fue sin querer.
Todos los demás se estaban comiendo muy a gusto las empanadas, sin importarles lo dulces que estaban. El primo de Carmela, Roberto, las encontró sabrosísimas.
—Pero ¿por qué no me dijiste lo que había pasado? —le preguntó Abuela Zenaida, todavía disgustada, a Carmela—. ¡Yo te elogiaba y tú estabas allí haciéndote la inocente, sabiendo muy bien que habías hecho algo malo!
Afortunadamente, las empanadas estaban deliciosas, a pesar de, o tal vez gracias a la sazón de azúcar. Pero a partir de ese día, Abuela Zenaida no confió mucho en Carmela cuando estaban en la cocina. Sobre todo, aprendió que la expresión concentrada de su nieta no siempre significaba que estaba prestando atención. Caras vemos; corazones, no sabemos, ¿verdad?
