La abuela salerosa

(Primera parte)

Mi abuela Mercedes, a quien llamábamos Topeo, fue un personaje sumamente importante en la familia. Todavía lo es, aunque murió hace más de quince años. Era de pequeña estatura (no llegaba a los cinco pies) pero fue una figura gigantesca en el paisaje de mi infancia.

Mi abuela, la que se ufanaba de sus tres maridos (fijos, enfatizaba, porque también estaban los corridos)… Mi abuela, con quien todas mis amigas preferían hablar cuando me visitaban porque era mucho más suelta de lengua y divertida que yo…

Pero vamos a empezar por el principio, como todas las historias que se respeten.

Mi abuela Mercedes a los veinte años

Mercedes Rayneri Palomino nació en 1912, en la rama pobre de los Rayneri. Hago la salvedad porque había dos ramas de esta familia, descendiente de italianos, en Cuba: la rica (que dio a Eugenio Rayneri Piedra, arquitecto del Capitolio de La Habana y el Cementerio de Colón, y al bailarín y coreógrafo Fernando Alonso Rayneri, primer esposo de Alicia Alonso) y la rama pobre, a la que pertenecía mi abuela.

Rodando de casa en casa

Mi bisabuelo materno, Carlos Rayneri, fue un hombre guapo, rubio y ojiazul. Un tipo al que hoy llamaríamos un pichidulce y que entonces, más delicadamente, se llamaba un Don Juan. Se casó con una guajirita, Rosaura Palomino, y tuvieron cinco hijos, entre ellos a mi abuela. Por algún motivo (de faldas) Carlos dejó a su familia y se fue a Nueva York en los años veinte.

Cuando Carlos regresó, le quitó la custodia de sus hijos a Rosaura y a partir de ese momento empezaron las cinco criaturas a rodar de casa en casa de parientes. El problema era que en ningún sitio los admitían por mucho tiempo porque cinco bocas eran muchas bocas que llenar. Y, cuando los admitían, pues tenían que aguantar mil porquerías y pesadeces.

Por ejemplo, a mi abuela y a sus hermanas les regalaban con frecuencia los vestidos y adornos usados de su prima Mercy Gatell. Resultaba que a veces, a la hora de salir, la tal Mercy comenzaba a llorar, señalaba el vestido o lo que fuese y chillaba:

—¡Eso es mío! Que me lo devuelva.

A principios del año treinta Carlos se casó con una señora llamada Evangelina, con la que tuvo cinco hijos más, y que les dio un hogar estable, por fin, a los primeros. Pero era un poco tarde para mi abuela, sus tres hermanas y su hermano Carlitos. El daño sicológico ya estaba hecho.

La bisabuela olvidada

Alguien que siempre me ha interesado en esta triste historia familiar es Rosaura Palomino. ¿Qué habría sentido cuando le quitaron de pronto a sus cinco hijos? ¿Trató de recuperarlos, de verlos alguna vez? No lo sé. Muchos años más tarde, mi abuela la encontró. Rosaura se había casado de nuevo y tenía dos hijos con su segundo esposo. Mi abuela la visitó varias veces hasta que la señora se murió.

Recuerdo que Topeo hablaba de su madre sin cariño, pero sin odio. Hasta la disculpaba. “¿Y qué iba a hacer la pobre si no nos podía mantener?”

(Con estos truenos, es extraño que mi abuela y sus hermanos no desarrollaran lo que mi maestro de marxismo de la secundaria, Quique, llamaba “conciencia de clase.” Bueno, una de las hermanas sí lo hizo y cogió fama de comecandela. La recuerdo visitándonos vestida de miliciana.)

El primo Gabrielito

El caso es que mi abuela vivía todavía con su señor padre, Evangelina, los cinco hermanastros y una de sus hermanas, la menor (las dos mayores se habían casado ya) cuando llegó de España, con su hijo Gabrielito, una hermana de Carlos, Ana Rayneri. Anita se había casado con José Giménez Andino, cónsul y luego canciller de Cuba en México y Europa, que acababa de morir de repente en Málaga.

Mi abuela, poco antes de casarse con el primo Gabrielito

La viuda y el hijo llegaron a Cuba con una mano adelante y la otra atrás, aunque contaban con un cofre, cuya memoria se ha perpetuado en la familia con reflejos mil y una nochescos, en el que se guardaban las joyas de Anita. Con el producto de su venta se sostuvieron la viuda y Gabrielito durante varios años.

De las joyas solo quedó un par de aretes de brillantes, que, muchos años después, provocaría una mini tragedia en la familia y atraería un rayo sobre nuestra casa. Y no, no se trata de una metáfora. Un rayo de verdad.

El caso es que la viuda de Giménez y su hijo fueron a refugiarse en la casa, ya abarrotada, de Carlos y Evangelina. Y ahí fue donde los primos (ojos: primos carnales) Mercedes y Gabriel se enamoraron y decidieron casarse…Pero esto ya es tema para otro post.

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